jueves, 2 de abril de 2009

La historia de una chica [principio o fin.]

Es la historia de una chica.

Una chica que era permeable, tan permeable como una esponja con cabeza y pies.


Ella absorbía absolutamente todos los estímulos de su entorno cotidiano. Perceptiva, curiosa y tremendamente racional, tenía una facilidad increíble para captar lo que ocurría alrededor e internalizarlo. Así es que iba por la vida recolectando estímulos, uno tras otro, y los apilaba cuidadosamente en su interior. Todos y cada uno, los buenos y los malos también.


Como una coleccionista, ella tenía el don de identificar las sensaciones y clasificarlas con total prolijidad: de éste lado van las cosas que me hacen bien, en éste otro aquellas que me ponen mal; en un rincón oscuro y bajo llave, los recuerdos displacenteros y las sensaciones amargas. Etiquetados y según creciente intensidad, toda clase de dolor: debajo de todo el dolor de muerte, y al otro extremo el dolor de amor, que para ella era el más lindo en algún punto y el que a menudo necesitaba experimentar. Decía que éste dolor era el que permite a uno crear (o acaso las canciones de amor más lindas no hablan de desencuentros?), y es por eso que había decidido dejarlo más a mano.


Al hemisferio opuesto de su persona, ella guardaba las palabras. Y esto era algo –incluso más que las sensaciones- que verdaderamente le apasionaba juntar. Tenía en su cabeza un archivo incalculable de vocablos sueltos o agrupados en frases. Arduamente meditados, o dichos sin pensar. Palabras regaladas en momentos precisos a personas determinadas, o simplemente oídas al pasar. Palabras que se quedaron en el plano de lo íntimo, nunca vieron la luz, y otras que desde las entrañas se abrieron camino y empujaron para salir, provocando un estallido. Palabras en otros idiomas, también, producto de su curiosidad y su amor al lenguaje. Palabras olvidadas, retorcidas, bastardeadas, palabras sucias, pisoteadas, palabras recicladas y nuevas. Palabras inventadas, incomprendidas o elegidas por todos. Palabras hermosas, etéreas, musicales. Palabras susurradas al oído, palabras gritadas, o coreadas al unísono. Palabras leídas. Cantadas.


Palabras.


Pero un día, se encontró con que no le quedaba más lugar. Las sensaciones de los otros habían sobrepasado su capacidad, y ya no podía asimilarlas. Por el contrario, cada cosa que absorbía terminaba por hacerle mal. Molestaba dentro. Ya no pudo detectar con claridad cuáles eran los dolores tolerables, y aquellos que debía aislar de manera inmediata. Todo se entremezcló. Y ese cúmulo de estímulos comenzó a agitarse dentro, y su interior se hizo volcán. Sus entrañas hervían, y en plena ebullición las sensaciones se cruzaban con las palabras, y éstas querían escapar inútilmente, golpeando una y otra vez contra las paredes de su cráneo.


Y finalmente ella estalló.


Y desde ese día, su piel se volvió roca.

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