lunes, 30 de marzo de 2009

El impulso

Parecido a la sensación de tomar carrera y elevarse hacia el vacío es el impulso.

Eso que pasa cuando las palabras se agitan dentro, efervescentes, y uno abre el paso para dejarlas escapar.

Malditas palabras. Y maldita la presión que ejercen desde el interior del cuerpo, pujando por salir.

Y ellas fluyen, ajenas no a la causa, pero si a la consecuencia total…qué les importa. La que queda expuesta detrás del estallido, enceguecida por el foco incriminador mientras que ellas apuran la retirada, soy yo. La misma que ahora, indefectiblemente está en problemas. Una vez más.


Por qué, digo yo, por qué vivo presa del impulso.

Por qué resulto la presa más fácil para él. Manipula mis intenciones a gusto y antojo, y mis propósitos vanos de controlarlo, una y otra vez.

Por qué no soy capaz de detenerme en ese instante, en el segundo previo a escupir la verdad, la verdad que yo creo cierta y cuya certeza se desvanece en el instante mismo en que la pronuncié, en el momento en que (ups!) percibo su reacción, y experimento el desencanto el de él, el suyo, el de quién sea. Porque no hubo un solo él, ni un solo desencanto, menos aun un solo impulso.

Pero no, nunca fui ejemplo de esa máxima que reza que atrás de los errores uno aprende. Mas bien diría que me encanta reincidir, y reincidir y reincidir.


No, todavía y después de un puñado de años de vida no puedo hacer gala de mi condición de “ser racional”, y eso porque siempre la pasión rige cada uno de mis actos. No se deja equilibrar, no deja que la adiestre. Pese a que con el paso del tiempo, los errores se pagan cada vez más caro. ¿Cómo lograr el silencio inmediato evitando ausencias posteriores?

Debería sellar mi bocota por tiempo indeterminado, o clausurarla para siempre. Creo que sería una medida bastante inteligente a fin de evitar cualquier tipo de consecuencia no deseada.