lunes, 8 de junio de 2009

Un lugar.

Buscaba incansable más y más.
Desafíos, metas, nuevas puertas. Era lo estático un imposible para mi necesidad de no parar.
Saltaba, corría, esquivaba hábilmente todo atizbo de calma.
Y cada vez que un remanso se avecinaba, me inventaba nuevos motivos para no aminorar la velocidad. Eso de día. Las noches, por su parte, no eran más que una prolongación de mi vértigo diurno, resolviendo acertijos, solucionando dilemas con los ojos cerrados...

Hace un tiempo ya que floto en sueños. Que no necesito de la búsqueda constante para saciar mi esencia, porque a veces duermo abrazada a la sensación de que encontré todo lo que hubiera deseado. Y que eso está precisamente entre mis brazos.
Es la extraña sensación de amigarse con lo estable, y que al mismo tiempo, eso parezca la más nueva e increíble de las aventuras. De darse cuenta, después de tanto buscar mi lugar en el mundo, que el lugar no era otro que justamente en donde estoy.

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